Observatorios Urbanos


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Perla J. Noriega

No es fácil

Hacer un posgrado no es fácil, porque es mucha presión y competencia, es común sentir inseguridad y dudar de las capacidades personales casi a cada paso del proyecto. Cuando debes narrar cómo la pandemia ha sacudido tu programa de estudio, reflexionar sobre ello te lleva a concluir que tu situación es mucho más ligera que la de la mayoría de las personas. 

Pero incluso entre quienes ya tenemos el privilegio de poder seguir estudiando, hay unos más favorecidos que otros, por ejemplo: las actividades del Colegio de Sonora, donde realizo el posgrado en ciencias sociales, se han trasladado al ala virtual y, aunque para mí resulta hasta benéfico, existen compañeras y compañeros quienes luchan con la tecnología, o con la conexión a internet, o con la saturación de actividades que implica intentar continuar su aprendizaje desde casa, pues éste se le suma al trabajo doméstico y cuidado y atención de infantes o adultos mayores. 

Cuando se participa en las sesiones virtuales la dinámica es similar a las presenciales: el grupo de siempre conectado en una videoconferencia, compartir pantalla para ver las dispositivas de la persona responsable, discutir las lecturas, bromear sobre a quién se le pasó apagar el micrófono, exponiendo su cotidianidad familiar ante todas y todos. Y sí, son pequeñas islas en este mar de información de la pandemia, pero se aprecian, aunque en realidad todo está impregnado por la emergencia sanitaria. 

Si bien algunas detuvimos nuestro trabajo en campo, la consecuencia de esta pausa es mínima ante la magnitud de lo que vemos y las proyecciones de lo que viene, aquí, lo aprendido durante el programa nos ayuda a identificar cómo los problemas de salud añejos en México empeoran el panorama; cómo la precariedad laboral limita las posibilidades de confinamiento social generalizado; cómo el transporte público insuficiente no ayuda a mantener una sana distancia; cómo la propuesta de continuar con las actividades escolares de forma virtual acrecienta las desigualdades entre grupos y regiones vulnerables. 

Como todas las personas, los estudiantes de posgrado, añadimos un elemento a la carga anímica y de responsabilidades. Quizá para muchos la idea de un posgrado sea ajena o sencilla, pero para quienes nos ocupamos en ello, significa una entrega de tiempo completo y no poder ver algún fenómeno social sin enmarcarlo en las teorías que frecuentamos, problematizar temas triviales, escuchar estadísticas y preguntarnos cuál será la muestra y qué entienden por tal concepto; realizar un posgrado en ciencias sociales trastoca tu concepción de ‘lo normal’, aunque quizá no tanto como esta pandemia que nos obliga a replantearnos lo primordial y reflexionar sobre qué tiene que cambiar como resultado de tantas muertes y vidas vulneradas. 

La posibilidad de continuar con las actividades académicas, ya sea recibir clases desde un aparato electrónico o redactar avances de la investigación, es una obligación que se desprende del privilegio de poder continuar con una parte de nuestras vidas de forma más o menos convencional; esto aunque la otra fase de esa misma vida, la social y la emocional, estén amarradas a las noticias, a las cifras, a buscar fuentes oficiales y corroborar o desmentir las cadenas que llegan a través de los grupos de mensajería instantánea o desde redes sociales virtuales. 

Nuestra formación se pondrá a prueba cuando logremos resurgir de este escollo sanitario que ha cimbrado absolutamente todas las otras dimensiones de la realidad social como la conocíamos hasta principios de este año, transformarnos será esencial y desde las ciencias sociales tendremos la responsabilidad de aportar lineamientos precisos respecto a dónde y cómo debemos evolucionar para que esta pausa obligatoria y masiva no pase a la historia como un periodo de encierro y nada más, sino como punto de inflexión hacia algo mejor. 

*Estudiante del programa de Doctorado en Ciencias Sociales de El Colegio de Sonora. 


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