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Nicolás Pineda

Sin brújula 

Mi generación creció bajo la convicción de que la democracia era el modelo de desarrollo político a seguir. Personalmente sigo pensando que así es. Sin embargo, en la observación del desarrollo de las ideas y los modelos políticos contemporáneos, observo que el ideal de la democracia se está deteriorando de manera paulatina, pero constante. El problema es que, si eso pasa, nos estamos quedando sin brújula ideológica. 

La historia continúa se ve lejana y obsoleta aquella certidumbre de Francis Fukuyama a principios de los años noventa cuando, después de la caída del Muro de Berlín, con su libro “El fin de la historia” proclamó el triunfo de la democracia y el liberalismo político. 

 Ahora ya no estamos tan seguros de la democracia como modelo de organización política. Después de la tercera ola democrática en la que las antiguas dictaduras de Grecia, España, Portugal y América Latina se convirtieron a la democracia en los años ochenta y noventa, ahora se percibe un desencanto. 

Es conocido el dato de la encuesta de Latinobarómetro de que México es uno de los países en los que la democracia no ha terminado de convencer y de que no ha dado los resultados esperados. 

 En el libro “Cómo mueren las democracias” publicado en 2018, S. Levitsky y D. Ziblatt exponen cómo en el siglo XX las democracias morían a causa de golpes militares. Ahora, en cambio, las democracias implosionan desde dentro, por deficiencias en la cultura democrática y por decepción con los resultados obtenidos. El populismo no se importa entonces desde fuera sino como una consecuencia de las deficiencias internas de la democracia. 

La nueva ola populista

Los casos están a la vista y evolucionan rápidamente. En el Reino Unido, una decisión poco afortunada basada en el anhelo de refrendar su propia identidad da paso al Brexit. A pesar de la percepción de que fue una mala decisión, el gobierno británico por orgullo no ha querido rectificar y ha seguido adelante contra viento y marea. Los resultados están por verse en los próximos días que se consume la salida del Reino Unido de la Unión Europea. 

En Estados Unidos, la convocatoria para recuperar la grandeza idílica de los Estados Unidos y la supremacía del grupo de población blanco y protestante lleva a Donal Trump a la presidencia. Ahora Trump ha establecido un régimen populista de polarización y exclusión en el que coquetea con las dictaduras y se distancia de los anteriores gobiernos democráticos aliados. Aunque sus instituciones democráticas son bastante fuertes, hay quienes consideran que el daño a la democracia de los EUA es irreversible. 

Situaciones parecidas se repiten en América Latina. Los ejes ideológicos se han desconfigurado y ya no está claro cuál es el rumbo político a seguir. Brasil es un caso emblemático. Pero el caso de Venezuela protagoniza las dificultades de la democracia para consolidarse como modelo político a seguir. 

 El caso de México también es paradigmático. Después de probar conjuntamente la democracia electoral y la metástasis de los problemas de inseguridad y de corrupción, no queda claro que la democracia como la conocemos sea la medicina para estas enfermedades. 

El país se vuelca entonces por la esperanza que le brinda un líder carismático que presenta a su persona como la solución a los problemas. Prevalece el voluntarismo político personal (el “me canso ganso”). 

La transición democrática y la creación de instituciones autónomas y competentes parecen no estar incluidas en la Cuarta Transformación. Aunque ofrece muchos beneficios a corto plazo, más allá del sexenio (a mediano y largo plazo) lo que prevalece, al igual que en otros países, es la incertidumbre y la falta de brújula.  


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