El brillo del Norte: los Premios Nobel y el nuevo rostro del colonialismo global


colson

Dr. Mario Alberto Velázquez García. Profesor-investigador del Centro de Estudios Transfronterizos en El Colegio de Sonora.

Copia textual de El Sol de Hermosillo

Desde su creación a inicios del siglo XX, los Premios Nobel se presentan como el reconocimiento más alto al ingenio humano, la creatividad literaria y los esfuerzos por la paz mundial. Sin embargo, detrás de su aparente universalidad se oculta una lógica profundamente desigual que reproduce la jerarquía global entre el Norte y el Sur, heredera directa de los procesos coloniales. Lejos de ser neutrales, los Nobel funcionan como un dispositivo simbólico que legitima el conocimiento, las ideologías y los liderazgos del Norte global, mientras mantiene subordinadas o invisibilizadas las producciones intelectuales y científicas del Sur.

En las ciencias “duras”, los patrones de distribución son reveladores: la mayoría de los galardonados proviene de Estados Unidos, Europa Occidental o Japón, los mismos centros de poder económico y tecnológico que dominan el sistema-mundo capitalista. Esta concentración no sólo refleja recursos materiales, sino también los criterios que determinan qué se considera ciencia “válida”. Los saberes situados, las tecnologías locales o las innovaciones del Sur suelen verse como anecdóticas o poco rigurosas, incapaces de competir con los paradigmas occidentales. Así, los Nobel en física, química o medicina consagran el pensamiento científico eurocéntrico y refuerzan la idea de que el conocimiento legítimo sólo emana del Norte.

En contraste, los Premios Nobel de Literatura sirven para sostener una apariencia de diversidad. Cada cierto tiempo, la Academia Sueca elige a un autor o autora del Sur global, lo que refuerza la ilusión de universalidad. Pero incluso esas elecciones responden a un marco estético occidental: se premian voces “exóticas”, testimonios de violencia o pobreza, siempre legibles desde el canon europeo. Se celebra la alteridad sin cuestionar el poder que decide qué literatura es universal. Así, estos premios integran simbólicamente la periferia al sistema cultural occidental sin alterar su jerarquía.

Más evidente aún es el carácter político del Nobel de la Paz, utilizado como forma de intervención “suave” en regiones del Sur global. Premiar a líderes o instituciones locales permite influir en agendas políticas y morales bajo la retórica de los derechos humanos. En cambio, cuando se otorga a figuras del Norte —presidentes, organismos internacionales o filántropos—, el premio legitima liderazgos alineados con los intereses geopolíticos de Occidente. Este Nobel se convierte así en una herramienta diplomática que disfraza hegemonía bajo el lenguaje de la moral humanitaria.

Particularmente revelador es el Premio Nobel de Economía, instaurado en 1969 por el Banco de Suecia, ajeno a la voluntad original de Alfred Nobel. Nacido para fortalecer la visión neoliberal de la economía, ha consagrado teorías y autores que defienden el libre mercado, la desregulación y la globalización financiera. La mayoría de los laureados proviene de universidades como Harvard, Chicago o el MIT, promotores de políticas que han profundizado las desigualdades entre el Norte y el Sur. Este galardón legitima la idea de que el desarrollo sólo es posible siguiendo modelos del Norte, desacreditando alternativas basadas en la justicia social, la sostenibilidad o la economía solidaria.

Ante ello, urge repensar las formas de reconocimiento al conocimiento, la cultura y la acción social. El mundo necesita sistemas de validación científica y cultural que no reproduzcan asimetrías coloniales, sino que las cuestionen. Es indispensable reconocer las múltiples maneras de producir ciencia, arte y pensamiento fuera de los cánones occidentales. La cooperación, la horizontalidad y la justicia epistémica deben sustituir a la competencia jerárquica que los Nobel perpetúan. Porque el Sur global también produce saber y creación; y el verdadero progreso sólo será posible cuando todos los conocimientos sean reconocidos en igualdad de circunstancias.


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