Dr. Víctor S. Peña Mancillas. Profesor-investigador del Centro de Estudios en Gobierno y Asuntos Públicos de El Colegio de Sonora.
Copia textual de Radio Sonora
El hombre importante
Sobre un petate y entre cuatro fumarolas, está un niño pequeño con la mirada perdida, los ojos casi en blanco. El brujo, hincado, le pasa alguna rama y hace sus rezos. Los cuatro hermanos observan. Por el vano de la pared de carrizo, entra la mamá y apura a su hombre: le pide llevar al pequeño con el doctor del pueblo. Pero el hombre no contesta, solo se empina la botella con mezcal. La mujer le dice que, si no es con su ayuda, ella lo resolverá. Pero él la detiene, la jala hacia sí: “Ánimas Trujano no pide limosna. Si Dios quere que se muera, se muere”.
Y, efectivamente, el niño muere.
Así conocemos, en pocos minutos, al protagonista: un hombre con familia, ensimismado, soberbio, supersticioso, borracho y violento, esposo de una mujer que es todo corazón.
Técnicos o rudos
Pero el inicio de la película “Ánimas Trujano. El hombre importante” (Ismael Rodríguez, 1961) sucede uno minutos antes, en formato 1:1 como si de un documental se tratara. Una voz explica las imágenes que se ven, algunas de ellas luego se representarán en el propio filme: la mayordomía, una institución social, de usos y costumbres, con carácter festivo, religioso y ritual. Esto fue necesario pues el marco de la historia retrata algo tan propio de algunas zonas del sureste mexicano pero que no era (no es) necesariamente conocido en el resto del país. Hecha la presentación, la pantalla se amplía al formato tradicional de cine y vemos, por primera vez y agarrado de su botella, a Ánimas Trujano.
Entre los encantos de la película está, precisamente, que trata una historia que debiera interesar a solo unos pocos —nos cuenta los desencuentros y descalabros de una pequeña familia rural oaxaqueña—, pero termina proyectando escenas con las que el ser humano puede identificarse sin importar el idioma o el país. Pero debía enmarcarse la historia, para no perdernos. Señalar de manera expresa la importancia para personajes de lo que implica llegar a ser Mayordomo, gastar lo que no se tiene con tal de cumplir esa encomienda que los viste de presencia y les otorga prestigio y poder.
El marco, sin embargo, es mero pretexto para conocer la vida de Ánimas Trujano, su esposa Juana, y todo el ecosistema que les rodea, incluyendo el otro interés amoroso de Ánimas, Caterina, y el dueño de la mezcalera. Y un largo etcétera. Cada personaje, una representación casi arquetípica de la mexicanidad.
Pero hay en este trabajo una crítica fuerte a lo social, a esos roles esperados.
Quienes has escrito sobre ello —Raúl Casamadrid escribió el libro “El ser insuficiente del mexicano en Ánimas Trujano”, UNAM y Escuela Nacional de Estudios Superiores de Morelia, 2022— explican en parte ese ánimo crítico a que la película no pertenece a la llamada Época Dorada del cine nacional (1936-1952), apoyada por el Gobierno.
El mano a mano
Uno de los hechos más notables es que el papel protagónico del indígena oaxaqueño —Ánimas Trujano— fue interpretado por el japonés Toshiro Mifune, quien se aprendió fonéticamente sus diálogos porque no hablaba español. ¿Por qué sucedió esto? Porque el realizador de la película buscó incorporar elementos que le permitieran una proyección más amplia de su trabajo. Más proyecciones significaría mayor recaudación pues, de alguna manera,tendrían que pagarse las cuentas en ese momento cuando el Gobierno ya no destinaba los mismos caudales tal y como sucedió en los tiempos de Pedro Infante y otros por el estilo.
Eso del elenco internacional, por cierto, era algo que sucedía. Véase el caso de la actriz Columba Domínguez —interpreta a Juana, la esposa de Ánimas Trujano—. Ella nació en Guaymas (1929) y alcanzó el estrellato en películas del coahuilense Emilio “Indio” Fernández, a mediados del siglo pasado. Tal fue su carrera que protagonizó en Italia la película L´Edera (Augusto Genina, 1950), junto con el español Juan de Landa, y todavía hoy en Serbia habrá quien le recuerda por la película mexicana “Un día de vida” (Emilio Fernández, 1950), interpretando a una periodista cubana, que marcó a toda una generación y creó una estrecha relación entre naciones, cuanto aquellas latitudes todavía se conocían como Yugoslavia.
Hoy en día cuesta creer que una de las estampas másemblemáticas del cine nacional y del indigenismo oaxaqueño, sea la que se logra con un actor extranjero que llegó al país vistiendo kimono. No es que el resto del reparto tuviera raíces en aquellos lugares: además de la sonorense, aparecen Flor Silvestre, Antonio Aguilar, Pepito Romay y un largo etcétera. Ahora no podría ser.
La estrategia, finalmente, le resultó a Ismael Rodríguez. Al menos en cuanto a presencia, pues “Ánimas Trujano…” se llevó el Globo de Oro a mejor película extranjera (1962) y estuvo nominada al Premio Óscar.
A ras de lona
Un dato de la película que reiteradamente sale a la luz: la voz que se escucha en la película no es la Toshiro Mifune,sino la de Narciso Busquets pues había acentos y entonaciones que, por más profesional y aplicado que fuera el nipón, no convencieron al director.
Por cierto: esta película se proyecta este jueves 25 de septiembre, de manera gratuita, dentro del Cineclub de la Biblioteca “Gerardo Cornejo” de El Colegio de Sonora. 17:30 horas, es la cita.