Dr. Alejandro Salazar. Profesor-investigador del Centro de Estudios en Gobierno y Asuntos Públicos en El Colegio de Sonora.
Copia textual de El Sol de Hermosillo
El fascismo y el nazismo suelen ser catalogados como ideologías de extrema derecha, en contraste con el socialismo, tradicionalmente ubicado en la extrema izquierda del espectro político. Esta clasificación ha llevado a la creencia errónea de que fascismo y nazismo son opuestos al socialismo, e incluso cercanos al capitalismo liberal. Sin embargo, al analizar sus fundamentos ideológicos y económicos, se revela lo equivocada que es esta percepción. Más allá de sus diferencias superficiales, el socialismo, el fascismo y el nazismo comparten un principio esencial: el colectivismo. Esta doctrina somete la libertad individual a una voluntad colectiva —ya sea la clase social, la raza o la nación— bajo el control absoluto del Estado.
Los regímenes socialistas se caracterizan por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, la planificación centralizada de la economía y la supresión del mercado libre. En estos sistemas, el Estado asume el control total de la actividad económica: la empresa privada es reemplazada por empresas estatales, y la competencia es sustituida por decisiones burocráticas. El individuo deja de ser un agente autónomo y se convierte en un engranaje del aparato estatal. Esta estructura ha sido común tanto en el socialismo marxista-leninista como en el fascismo y el nazismo, que en esencia no son más que adaptaciones nacionalistas del socialismo, como veremos a continuación.
Benito Mussolini, fundador del fascismo italiano, fue originalmente un destacado dirigente socialista. Su paso al fascismo no implicó un rechazo del socialismo, sino una reorientación nacionalista del mismo. Como explica Lawrence K. Samuels en su ensayo The Socialist Economics of Italian Fascism, Mussolini adoptó un modelo económico inspirado en el “capitalismo de Estado” de Lenin, combinando mecanismos de mercado con una fuerte intervención estatal. El régimen fascista promovió la nacionalización de industrias, el control del crédito, subsidios masivos, proteccionismo, planificación central y una burocracia hipertrofiada. Para mediados de los años 30, el Estado controlaba directa o indirectamente más del 75% de la economía italiana. Se impusieron licencias obligatorias para toda actividad económica, se fijaron precios, salarios y niveles de producción, y se prohibieron las huelgas. El sistema bancario fue nacionalizado, y el crédito quedó bajo control estatal.
En Alemania, el régimen nazi (abreviación de “nacional socialista”) mantuvo formalmente la propiedad privada, pero bajo una estricta planificación estatal. Como documenta Adam Tooze en The Wages of Destruction, el Tercer Reich estableció una economía altamente intervenida, donde el Ministerio de Economía y el Plan Cuatrienal dictaban cuotas de producción, asignación de materias primas, precios y salarios. Empresas como IG Farben y Krupp operaban bajo directrices estatales, subordinadas a los objetivos estratégicos del régimen, especialmente la preparación para la guerra. F. A. Hayek señala en The Road to Serfdom que los fundamentos ideológicos del nacionalsocialismo fueron establecidos por pensadores marxistas alemanes que sustituyeron la lucha de clases por la lucha racial, manteniendo intacta la lógica colectivista. El individuo no tenía valor por sí mismo, sino en función de su utilidad para el pueblo-nación.
En resumen, el fascismo y el nazismo no representan una oposición al socialismo, sino que constituyen sus versiones nacionalistas. Todos estos sistemas sacrifican la libertad individual en favor de una supuesta unidad superior, entregando al Estado el control absoluto sobre la producción y sobre la vida de las personas. Como bien expresó Ayn Rand: “socialismo, comunismo, nazismo y fascismo no son más que variaciones superficiales del mismo tema monstruoso: el colectivismo.”