Cuadrilátero


colson

Dr. Víctor S. Peña Mancillas. Profesor-investigador del Centro de Estudios en Gobierno y Asuntos Públicos de El Colegio de Sonora.

Copia textual de Radio Sonora

Cansado de tanto andar cargando madera, se sienta en silencio bajo un árbol que recorta su negro contorno contra un pálido cielo. Su esposa, tímida, le pregunta si no piensa comer. Y avisa: “Los niños ya se comieron lo tuyo. Pero aparté un poco cuando vi que no venías. Pero si no vienes, se lo van a comer”.

Es cuando Macario rompe el silencio casi absoluto que, hasta entonces, ha mantenido: “Que se lo traguen. ¿Hambre? No he tenido otra cosa en mi vida… Ya no me voy a seguir muriendo de hambre poco a poco; voy a morirme de una vez. No voy a probar un solo bocado, hasta que pueda tragarme un guajolote entero yo solo”.

Técnicos o rudos

Estrenada en el Festival de Cine de Cannes, Macario (Roberto Gavaldón, 1960) es una de esas obras que resume y concentra elementos muy propios de la mexicanidad en esencia primaria. Ahí están retratados, por ejemplo, los campos del centro del país y sus campesinos con traje de manta, representando —con alguna dosis de romanticismo—la pobreza postrevolucionaria.

Destacan en la película los símbolos y alusiones a la muerte, sus catrinas y calaveras, algo muy de lo mexicano y seguramente uno de los puntos donde la historia —gracias a la adaptación de Emilio Carvallido y el propio Gavaldón— toma más distancia de su fuente original, una novela corta de un novelista del que no se conoce nacionalidad ni nombre, pero que ha pasado a la historia como el alemán B. Traven.

Esta es el primer trabajo nacional en ser nominada a los premios Óscar, como mejor película en lengua extranjera. Seguro que esas imágenes, ese toque, influyó en la consideración.

Esta, también, la relación entre Macario y su esposa.

Él (Macario, interpretado por Ignacio López Tarso) es un hombre callado, trabajador y hasta sacrificado, impedido de gestionar sus propias emociones y necesidades, hasta que estalla. Lo de comerse un guajolote él solo y no dejarle nada a ninguno de sus cinco hijos es la gota que derramó el vaso, es el giro en su vida que lo lleva al tránsito de la historia que cuenta la película. Su mujer (la actriz Pina Pellicer) asume un rol a la sombra, hace lo que está a su mano para buscarle, para procurarle alivio: trabaja lavando y planchando, cuida a la familia y hasta termina robándose un guajolote que cocina y oculta de sus propios hijos.

Pero de todo lo que ahí se retrata quiero, sobretodo, fijarme en la lucha de clases.

El mano a mano

De manera directa y explícita, la película enfatiza la distancia y diferencia que hay entre quienes tienen y pueden, y los que no. Hay, además, una carga: los ricos son malos, los pobres son buenos.

¿Macario sueña con un guajolote? Pues el rico del pueblo tiene tantos que no puede hornearnos es su propia cocina. También está ahí, reforzando el tema, la larga secuencia del sueño de Macario donde aparece él como quien maneja títeres de calavera y lo que se representa es cómo los que tienen hambre y viven en la calle se imponen a los que comen con tranquilidad dentro de una gran casa y sentados ante una lujosa mesa.

Para no ir más lejos. Tan claro es que el mal está del lado de los ricos que el mismo diablo es representado con traje negro de gala, espuelas de plata y monedas de oro.

Pero hay una relación que podemos perder de vista y se encarna es la servidumbre de los ricos. Entonces no son dos clases en conflicto, sino tres.

Ahí hay una mujer —que es pobre, pero se incluye en la vida de los ricos—, que sirve como puente de comunicación y avisa lo que sus patrones dicen. O eso es lo que ella afirma. Es la mujer que atiende a la esposa de Macario, la que coordina el traslado de los guajolotes a los hornos del panadero. No tiene algo propio, pero es mala porque se asume como con solvencia dada la cercanía que tiene con los que viven de manteles largos. Representa a esos que sirven al poderoso despreciando a los suyos.

A ras de lona

Dos datos. El primero es que el papel fue escrito para don Pedro Armendaríz, pero fue López Tarso quien logró la inmortalidad dando vida a este personaje que muere. El segundo, para darle realismo a las tomas donde Macario carga madera, Roberto Gavaldón, hizo que López Tarso llevara a cuestas una pila de leños, de unos 25 a 30 kilos.

Por cierto: esta película se proyecta hoy, 11 de septiembre, de manera gratuita dentro del Cineclub de la Biblioteca “Gerardo Cornejo” de El Colegio de Sonora. 17:30 horas es la cita. 


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