Dra. Gloria Ciria Valdéz Gardea. Profesora-investigadora del Centro de Estudios Transfronterizos de El Colegio de Sonora.
Copia textual de Radio Sonora
El Síndrome de Ulises
Fue el lunes de la semana pasada cuando le envié a la señora Norma, de origen venezolano, un audio por WhatsApp preguntándole cómo estaban. También le hablé del clima en Hermosillo, ciudad en donde habían vivido ella, sus hijos y nietos por dos años.
Le comenté que hacía mucho calor y que me encontraba en El Colegio de Sonora, en el área de Equipales, donde está el precioso mural de “Nuestras raíces”.
—¿Lo recuerdas? —le pregunté.
Y ella respondió:
—¡Claro que sí, doctora!
Los recuerdo a todos, los queremos mucho. Gracias por todo el apoyo que nos brindaron, gracias a todo su equipo y al señor rector, que siempre nos apoyó.
Le comenté a Norma que estaba leyendo un libro titulado El síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa, que trata sobre una persona de origen colombiano que migró a París, en Francia, y toda la experiencia que vivió allá. Le dije que el relato me había gustado, pero que también me había entristecido mucho. Recordé mis momentos de soledad cuando tuve que irme a vivir a San Diego, California, sola, sin mis hijos. Le mencioné un párrafo del libro en el que el protagonista habla de cómo se sentía solo en París, caminando por parques oscuros, sintiéndose en la orfandad.
—Y por un momento sentí la orfandad —le dije a Norma.
Le comenté que ese personaje migrante se sentía sin el abrigo de la familia, de las redes de amigos, completamente solo: sin padres, sin hermanos, sin nada. Me quedé pensando cómo se sentía ella, alejada de su patria.
Norma respondió con franqueza en un audio de cinco minutos que me estremeció profundamente:
—Buenas tardes, doctora. Las niñas todavía… jajaja, están bien, están en la high school, están estudiando. Bueno, con respecto a la pregunta que me hizo: sí, en varias ocasiones he sentido eso… la soledad. Así esté rodeada de personas, se siente la soledad, se siente la tristeza. Porque se quiere, o sea, yo no sé por qué, pero el olor del país… el olor del país de uno, el olor del pedacito de donde uno vivía… ese aroma no se encuentra en ninguna parte. Es más, incluso uno cocina la comida venezolana en otro país y no es igual. No, no sabe igual. No, uno no la siente igual que estando en el país de uno, ahí.
Y sí, sí es verdad. Así como me pasó a mí, así como le pasó a ese muchacho de la historia, así me pasa a mí a veces. Así le pasa, yo me imagino, a todos los migrantes, por ser migrantes. Y si uno ha pasado cosas malas en la calle, más todavía. Quién sabe si ese muchacho ya no tenga familia allá, ya no tenga más familiares.
Y sí, es fuerte. Como le digo, así uno esté rodeado de personas, gente buena, gente que quiere animar a uno… pero hay un momento en el tránsito de uno como migrante en el que uno dice: “Oye, no siento el olor de mi país… ese olorcito sabroso.” Yo me imagino que cada país debe tener ese aroma que uno siente en el aire. Y… ¡no! Imagínese, ocho años fuera… y son cosas que jamás a uno se le quitan. Son cosas que uno toda la vida las imagina. O sea, que le digo: uno imagina todo, todo… y se extraña. Porque ¿quién no va a extrañar a su país?
Es como que usted se mude de ahí, de México, de una parte a otra. Usted va a extrañar ese estado donde vivía, porque no es el mismo. Así ya tenga 30 o 40 años en otra parte, usted siempre va a extrañar ese pedacito. Y siempre va a haber un momento —no todo el tiempo, pero sí va a haber un momento— en que usted va a sentir mucha nostalgia, va a tener ganas de llorar… porque uno extraña. Uno siente esa nostalgia, esas ganas de llorar, de sentir algo.
Yo a veces… yo he soñado con mi país, he soñado allá. Y es fuerte. Fuerte porque usted se despierta y… oye, a veces uno se despierta y parece… “¿Será que estoy?, ¿será que no estoy?, ¿dónde estaré?” Y yo a veces así me despierto: en el limbo, que no sé ni dónde estoy. Yo no sé ni dónde estoy. Entonces, son cosas que son normales, pues. Eso… yo me imagino que eso le pasa, y eso tiene que ser normal. Normal. Porque es como cuando a uno se le muere una persona, un ser querido. Uno sabe que no lo va a ver, y llega un momento en que lo extraña. Uno extraña la voz de esa persona. Y es lo mismo que… o sea, son los mismos sentimientos.
Por eso digo: sí, sí me ha pasado. Sí me ha pasado, sí me ha pasado. Pero le doy gracias a Dios por todo lo que tengo, por las personas que están a mi lado. Le doy gracias a Dios porque tengo salud, mis hijos están sanos, a pesar de todo, aunque estén lejos, están sanos. Y converso con ellos todos los días, aunque sea un poquito, pero ahí nos hablamos. Y le doy gracias a Dios por este país, por todos los países por donde pasamos. Gracias a Dios que no pasamos cosas feas, como muchas historias que hay, horribles, en el transitar de los migrantes. Y le doy gracias a Dios por todo, por todo, por todo, por todo.
Pero sí, le vuelvo a decir: sí, sí es sentirse solo… la orfandad, como dice el muchacho.
El síndrome de Ulises es un cuadro de duelo migratorio extremo, que aparece en los inmigrantes que viven situaciones muy adversas (soledad, exclusión, miedo e indefensión). Este cuadro fue descrito en el año 2002 por el doctor Joseba Achotegui.
Los programas de salud mental para personas migrantes son uno de los temas pendientes en nuestro país. Muchos casos, como el de Norma, enfrentan este duelo apoyándose en sus creencias religiosas. Es necesario difundir en Sonora los espacios gratuitos que existen para brindar apoyo a la población migrante, como el área psicológica gratuita del Instituto Sonorense de la Juventud o el Instituto Sonorense de la Mujer.
El Seminario Niñez Migrante agradece el apoyo brindado a personas migrantes que han sido canalizadas a esos espacios.
Hace falta mucho por hacer.