Deshumanización en clave de género. A propósito del 8 de marzo y la migración


colson

Mónica Patricia Toledo González. Profesora-investigadora del Centro de Estudios Transfronterizos en El Colegio de Sonora.

Copia textual de El Sol de Hermosillo

Hace un par de días dialogué con una mujer centroamericana instalada en Hermosillo. María (nombre ficticio) salió de su país hace ocho meses, después de una compleja travesía por el territorio mexicano, agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) la detuvieron en algún punto de la árida geografía de Sonora. Sin documentos que avalaran su estancia legal, la canalizaron a sus oficinas en la capital del estado. Días después, le permitieron salir y buscar un albergue, ahí, los días se han hecho meses.

María me cuenta cómo sus anhelos de cruzar a Estados Unidos se desplomaron cuando supo que la aplicación CBP One dejó de funcionar, “fue el 20 de enero, tengo bien clarito ese día, tenía la esperanza de que me dieran la cita antes”. La fecha está fija en su memoria. “Ahora pienso en cómo volver, tengo una deuda muy fuerte con un familiar que me prestó dinero para pagar el coyote, salí de mi país por mi esposo, me maltrataba mucho, decidí irme con mi hermana a Nueva York antes de que me matara”. Su ilusión era poder lograr un patrimonio para pelear legalmente la custodia de sus hijos. Consiguió un empleo que le permite sobrevivir y guardar “unos pesos” para pagar el vuelo a su país, ha pensando también en entregarse al INM para que la deporten y no tenga que pagar su traslado, pero le han contado que los agentes te dejan en la frontera México-Guatemala y ahí está repleto de “secuestradores”. María concluye “míreme ahora, estoy peor que antes, endeudada, sin familia y sola”.

Las historias como la de María se multiplican en la frontera norte de nuestro país, se suman las de Alejandra, deportada en días recientes y que ahora se pregunta cómo mantener a sus hijos y a su madre, quienes la esperan en su natal San Juan Quiahije, Oaxaca. La de Sheyla, quien salió de Comayagua por amenazas de los “maras”. La de Nancy que con apenas 16 años y cinco meses de embarazo, se resiste a regresar a Maracaibo, al lugar que “niega el derecho a vivir bien”. La historia de Fabienne y su bebé Guadalupe, que hace tres meses nació en Chalco, Fabienne busca llegar a Tijuana para encontrarse con unos familiares y solicitar asilo en México, pues regresar a Haití es el peor escenario imaginado. O las historias de madres salvadoreñas, como Tina, quien fue deportada y que aún tiene pesadillas con la imagen de su hijo esposado y encadenado por las autoridades migratorias.

El discurso oficial sobre la gestión migratoria en la era de Trump ha desdibujado la presencia de las mujeres, poca visibilidad se les ha dado a sus experiencias en esta cruzada contra los inmigrantes en el vecino país. Susan Willers propone analizar la experiencia de mujeres migrantes centroamericanas desde un contiuum de violencia que integra la salida, el tránsito y la llegada. A su acertada propuesta, habrá que añadirle otras fases que ahora se traslapan en la irregularidad migratoria: durante y después de la deportación, en la espera forzada, en el retorno voluntario, en el atrapamiento, en la imposibilidad de volver a sus lugares de origen o de continuar a su destino.

El 8 de marzo se conmemora el Día de la Mujer, esto obliga a reflexionar sobre el drama que están viviendo mujeres originarias del Sur Global que llegaron o que intentan llegar a Estados Unidos, que están en México buscando refugio, que están atrapadas en la movilidad, que son desplazadas, o que buscan regresar a sus lugares de origen, en un contexto de deshumanización. Nuestra apuesta política debe ser visibilizar las experiencias de mujeres, que, como si fueran desechables, están siendo vomitadas por un sistema que se ha nutrido y sostenido gracias a su trabajo. En un proceso de deshumanización alentado por una narrativa hollywoodense sobre la “invasión” de las personas latinas, son las mujeres provenientes de países empobrecidos y en condiciones de irregularidad migratoria, a quienes se les presentan mayores obstáculos para el respeto a sus derechos humanos, pero que, históricamente han demostrado su resistencia y su valentía.


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