Observatorios Urbanos


colson

Iván de Santiago Armenta Ramírez

La configuración urbana de Hermosillo favorece el atropellamiento de personas 

El atropellamiento es un problema mundial de salud pública que afecta diariamente a las personas. En Hermosillo, Sonora, la Secretaría de Salud (SSA) registró un promedio anual de 26 muertes de peatones durante el periodo 2011-2017. Cifra que comparada con otras enfermedades puede resultar hasta insignificante, pero adquiere relevancia cuando a los peatones se le agregan nombres y rostros concretos; puesto que las consecuencias negativas de la colisión trastocan el ámbito familiar, comunitario y nacional en diversos aspectos.

Referirse al atropellamiento o accidente peatonal es reconocer una serie de factores de riesgo que posibilitan su ocurrencia, estos van desde el comportamiento individual hasta el diseño de la ciudad. Para el catedrático Reid Ewing, el crecimiento urbano según determinados patrones de diseño convierte a la ciudad en un factor de riesgo. Esos patrones de crecimiento también se encuentran en Hermosillo. 

En primer lugar, la dispersión espacial. De acuerdo con el Instituto Municipal de Planeación Urbana de Hermosillo (IMPLAN), la ciudad expandió sus límites a más del doble durante el periodo de 1990-2015. El crecimiento horizontal separó los lugares de trabajo, estudio, salud y demás de lo habitacional, lo cual generó impactos en la forma en que las personas se movilizan. Por un parte, favoreció el desplazamiento en vehículo automotor. 

En 2015, la Encuesta Intercensal realizada por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Información (INEGI), reportó que el 51% de los trabajadores y el 47% de los estudiantes hermosillenses utilizan un automóvil particular como principal medio de transporte.

Por otra parte, provocó que las personas recorrieran largas distancias. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) en México, mencionó que los peatones evitan caminar trayectos superiores a 1,500 metros. 

A ello se debe agregar el defectuoso estado actual de las aceras o banquetas, la ausencia de áreas sombreadas ante las altas temperaturas, la deficiente señalización vial y lo monótono que resulta el paisaje urbano. Más aún, si se piensa en personas con discapacidades o disminuciones físicas, transitar a pie por la ciudad se vuelve tortuoso. 

En segundo lugar, las largas franjas comerciales. A partir de 1993, el IMPLAN incorporó a sus lógicas de diseño un concepto llamado Corredor Urbano.Este elemento configuró áreas de diferentes dimensiones al costado de las vialidades más transitadas. Es así como se crearon largas franjas que en su mayoría contienen usos comerciales. Si bien es reconocido que la mezcla de usos de suelo favorece el desplazamiento peatonal, en la realidad caminar por esas zonas revela el dominio del automóvil. Baste contar la cantidad de entradas o accesos a estacionamientos que impiden un flujo continuo y seguro del peatón por la acera. 

En tercer lugar, las vialidades deficientes. IMPLAN clasificó las vías en dos tipos: primarias, mayoritariamente bulevares; y colectoras, conocidas como calles o avenidas. Dicha categorización le establece los límites de velocidad, la cantidad de vehículos a transitar y la interconexión a diferentes lugares. Factores que, aunados a la presencia de baches y fisuras en el arroyo vehicular, aumentan directamente la probabilidad de ocurrencia de una colisión. 

Las similitudes encontradas entre la configuración de Hermosillo y los patrones de crecimiento reconocidos por Ewing exhiben a la capital sonorense como un ambiente urbano construido que favorece el atropellamiento de personas y el dominio de un solo medio de transporte: el vehículo automotor. 

En tiempos de pandemia resulta viable utilizar sistemas de movilidad alternos al automóvil, aunque hacerlo a través de ambientes mal diseñados y carentes de infraestructura en material de seguridad vial puede resultar riesgoso e incluso mortal. 

*Egresado del programa de maestría de El Colegio de Sonora.


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