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Nohora Niño Vega

Coronavirus: la paradoja entre la protección ante la pandemia y la exposición a la violencia y la desigualdad. Parte 1 

¡Quédate en casa! ¡Quédate en casa! #Quédateencasa, ha sido la consigna durante el último mes que circula por las redes sociales y los diversos medios de comunicación con el fin de prevenir la posibilidad de contagio del COVID-19, no sólo en México sino en todo el mundo. Y no es para menos, dado que si bien hay otras epidemias a nivel mundial que generan graves daños como el ébola y el sarampión en la República democrática del Congo, el dengue en Latinoamérica y, por supuesto, el hambre que mata a 6 millones de niños y niñas cada año ¡seis millones!, lo que tiene de especial el coronavirus es que mientras estas otras se encuentran contenidas en ciertos lugares y solo ataca a ciertos sectores de la población, el coronavirus se ha esparcido por el mundo dejando a toda persona expuesta al contagio (aquí sale a flote la profunda individualización de nuestros tiempos, nos movemos y nos hacemos conscientes sólo porque nos puede tocar).

De tal forma que, ante la inminencia del contagio, su rápida propagación y la posibilidad de agravamiento de la enfermedad respiratoria con la consecuencia de un posible colapso de nuestros sistemas de salud (ya bastante colapsados con los recortes financieros para garantizar la atención como derecho humano fundamental), la opción ha sido limitar nuestro contacto con las otras personas, por eso la necesaria medida de Quédate en casa. 

Si bien esta acción de prevención resulta importante para favorecer nuestro cuidado y el de nuestros seres queridos ante la pandemia, también ha dejado salir a flote grandes problemáticas que siempre han estado presentes, ahí, en la cotidianidad de la vida de ciudades y pueblos, de nuestras vidas, pero a las que muy poco prestamos atención o incluso de las cuales podemos llegar a tener ideas erróneas. 

Quedarse en casa y la exposición a la violencia 

El 8 de marzo en diferentes lugares del mundo y en especial en México se vivió un momento histórico: la movilización de cientos de miles de mujeres, jóvenes y niñas que se manifestaron en las calles e incluso desde sus lugares de trabajo, para reivindicar el derecho a una vida libre de violencia como demanda frente al aumento de feminicidios acontecidos en el país. Y es que no es un secreto que México ocupa uno de los primeros lugares en violencia y asesinatos en contra de las mujeres, las jóvenes y las niñas. 

ONU Mujeres informó que tan sólo en el año 2019, México registró 98 niñas y adolescentes víctimas de feminicidio y 191 niñas y adolescentes víctimas de homicidio doloso, es decir, una niña mexicana fue asesinada diariamente. Este es un gravísimo problema que cada vez se hace más visible gracias al movimiento de mujeres que activamente están cuestionando las condiciones sociales que aceptan y promueven esta violencia, además de las circunstancias institucionales que favorecen su profundización dada la impunidad de la que gozan los agresores debido a que las autoridades procuradoras de justicia no logran, por acción u omisión, sancionar a quienes las violentan. 

El sólo hecho de que en el país no se cuente con datos claros sobre la violencia contra las mujeres, como lo menciona el informe “Impunidad feminicida: Radiografía de datos oficiales sobre violencias contra las mujeres (2017-2019)” nos alerta sobre el poco interés mostrado para atender este gravísimo problema. También sabemos que la mayoría de quienes agreden a las mujeres, jóvenes y niñas son hombres y generalmente suelen ser de su entorno familiar (padres, padrastros, primos, tíos, abuelos, amigos). 

De esta manera, es de esperarse que ante el llamado a quedarse en casa para protegerse del contagio, las mujeres, jóvenes y niñas se vean obligadas a convivir con sus agresores. Imagínese usted, tener que estar obligado a estar bajo el mismo techo con la persona a la que teme porque puede ocasionarle daño. Esto es justamente lo que sucede en muchos hogares tanto en México como en otras partes del mundo. Sólo por poner un doloroso ejemplo de como la violencia no cesa en tiempos de pandemia, en los primeros días de abril, en el estado de Sonora, conocimos el caso de Ana Paola, de 13 años de edad, que fue asesinada en su casa en Nogales. Un asesinato brutal, como suelen ser los asesinatos en contra de las mujeres, las jóvenes y las niñas que muestran claramente la sevicia con la que se actúa al violentarlas.   

*Investigadora Programa Cátedras CONACyT El Colegio de Sonora


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