Observatorios Urbanos


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Jesús Armando Haro

En nombre de Dios. Pueblos indígenas ante la pandemia Covid19 

Entre la incredulidad indiferente y el pánico, los pueblos indígenas enfrentan en México la pandemia Covid19 con grandes desventajas respecto al resto de los mexicanos, aun cuando viven en situaciones que son muy distintas, tanto entre las propias comunidades rurales, que son heterogéneas y que han reaccionado de manera particular, como en los colectivos de las ciudades, allende la frontera o en los campos agrícolas, donde comparten la suerte incierta de los jornaleros.

A través de las noticias, desde marzo somos testigos de presagios y carencias, así como algunas medidas reactivas desesperadas, otras, de resistencia, donde la afirmación étnica se asume tanto por debajo como por encima del riesgo de contagio, como sucedió en las celebraciones cuaresmales, entre muchas, de yaquis y mayos de Sonora. Algunas de ellas, con medidas de máxima precaución, otras, sin ninguna, a pesar de esfuerzos y advertencias para evitar las aglomeraciones. 

A pesar de que se registran varios esfuerzos notables -por parte de gobiernos de los tres niveles y de instancias civiles- para traducir a las lenguas indígenas mensajes sencillos, en audio, imagen, texto y video, en la mayoría de las comunidades priva la desinformación, aun cuando buena parte de los indígenas tiene hoy acceso a radio y televisión, además de telefonía móvil con internet.

Así lo denotan testimonios publicados, y también la variedad a veces contradictoria y paradójica de las respuestas elaboradas, como la clausura de las comunidades, medida muy aplaudida en la opinión pública, pero que ha venido generando numerosos estragos comunitarios y abusos, así como los retenes, que aprovechan la emergencia sanitaria para ejercer el poder arbitrariamente y generar el miedo entre gente que se resiste a distintas formas de despojo. 

En otros casos, las noticias hablan de resistencias solidarias y decisiones autonómicas, pues algunas comunidades se han organizado para aislar a los que retornan porque se quedaron sin trabajo, pero no sucede así en la mayoría de ellas, donde el retorno se vive con terror sin que se tomen medidas similares. Dejadas a su propio destino, así lo entienden, reclaman no obstante una atención digna y los recursos suficientes para lograr sobrevivir esta amenaza, que se suma al rezago y al despojo que no cesan ni aun en tiempo de pandemia, pues los proyectos que amenazan los territorios indígenas continúan vigentes en su mayoría y varios defensores han sido asesinados. 

 

El estigma es otro elemento que los vulnera, no solamente por la discriminación de la que siguen siendo objeto, al no contar con servicios médicos adecuados ni tampoco otros mínimos de bienestar social, cuando ya muestran en el deterioro de su salud los saldos del “desarrollo”: en la alta prevalencia de obesidad, diabetes e hipertensión que afecta actualmente a la mayoría de los indígenas en México. 

A la discriminación y el racismo que son estructurales se suma ahora la mancha del coronavirus, que culpabiliza a quienes no detuvieron las celebraciones de Semana Santa, pero absuelve a quienes no fueron capaces de proponer medidas de prevención. O quienes olvidan -o no saben- que en algunas circunstancias, agua y jabón, aislamiento, sana distancia, restricción en casa, son recomendaciones que no siempre se pueden seguir adecuadamente, especialmente cuando no hay que comer y hay que salir a la calle.

La marca viral la sufren además sospechosos y contagiados, que se sienten señalados y abandonados, culpados por regresar a sus comunidades, como el o'depüt, (zoque) de Chiapas que se suicidó la semana pasada; o el binni záa (zapoteco) que murió en el traslado de Juchitán a Oaxaca, víctima de un sistema que no está preparado para otorgar asistencia urgente a quienes viven lejos de la capital de su estado. 

Ambos han sido las primeras víctimas indígenas en un país donde el vestigio hacia lo indígena se expresa en múltiples formas, incluso internas. Pero, los problemas respiratorios no son quizás los más importantes para los pueblos, quienes dejan en la voluntad de Dios su destino. Ciertamente, su hambre y carencias no son nuevas, y lo que para nosotros son condiciones de crisis para ellos son situaciones rutinarias de su existencia de milagro e incertidumbre, pero la amenaza que trae la pandemia no alude solamente a la mortalidad de los más viejos, sino a la merma de la memoria ancestral que conlleva. Apunta a la pérdida de su patrimonio biocultural en la medida en que esta crisis está siendo aprovechada en bastantes casos por el virus capitalista para despojarlos más fácilmente de sus territorios.

 

En este contexto sería más que pertinente el diseño de una gestión adecuada de la pandemia en las situaciones indígenas que brilla hasta ahora por su ausencia. Son varias las aristas no cubiertas, desde las medidas comunitarias de aislamiento, protocolos locales de atención médica con criterios para el traslado, los medios de transporte, el manejo en situaciones donde no es posible la sana distancia, la manutención de los que no trabajan, el manejo de los sospechosos, los rituales funerarios y cuál va a ser la suerte de la gente mayor de conocimiento, y especialmente de sus territorios, siendo urgente la revisión de los proyectos de inversión que se conducen en territorios indígenas, valorando su impacto en los pueblos y en la biodiversidad, cuya pérdida impacta directamente a la salud pública al relacionarse con las zoonosis y pandemias como la actual. Son temas y decisiones, entre otros, que involucran a las comunidades, cuyos derechos -hoy más que nunca- no merecen ser soslayados en esta transformación. 

*Profesor-investigador en El Colegio de Sonora.


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