Fecha de publicación: 04/11/2025 Tweet Compartir
El pasado 30 de octubre, en El Colegio de Sonora, se instaló el tradicional altar de muertos que este año estuvo a cargo del equipo del Seminario Niñez Migrante, quienes presentaron una propuesta que trascendió lo ornamental para convertirse en un acto de memoria, crítica y esperanza.
Para inaugurar el evento, el doctor José Luis Moreno Vázquez, rector de El Colegio de Sonora, expresó su reconocimiento al Seminario Niñez Migrante por su esfuerzo y compromiso al desarrollar esta propuesta significativa. Destacó que la instalación de este altar “no solo honra una de las tradiciones más arraigadas de nuestro país, sino que también nos invita a reflexionar sobre los temas que nos interpelan como sociedad y como institución académica”. Asimismo, subrayó la importancia de que el Colson mantenga espacios donde la investigación, la cultura y la memoria se entrelacen para dar sentido a la realidad contemporánea.
A diferencia de las ofrendas tradicionales, este altar buscó mirar de frente aquello que con frecuencia permanece invisible: las vidas de niñas y niños migrantes que emprendieron un camino sin retorno. En el centro del montaje se extendió un río de velas y barcos de papel, símbolo de los trayectos interrumpidos y de los sueños que no llegaron a destino. Cada visitante pudo dejar su propio barquito, como un gesto de acompañamiento y solidaridad.
A los pies del altar, una playa cubierta con cien cráneos de yeso pintados representó a quienes se perdieron entre trámites, fronteras y omisiones. Estas figuras no fueron adornos, sino presencias que reclamaron ser reconocidas, devueltas simbólicamente por el mar para recordarnos que la muerte también tiene burocracia. Juntas, forman una orilla que nos mira de vuelta y nos invita a no permanecer indiferentes.
Reconocer a quienes ya no están es un acto profundamente humano. En cada altar, en cada nombre y en cada símbolo, se manifiesta la necesidad de mantener viva la memoria, de hacer visibles las historias que el silencio social o institucional tiende a borrar. Recordar es resistir al olvido, pero también reconstruir la dignidad de las vidas truncadas.
La tradición del Día de Muertos encuentra aquí un entrecruce con la mirada académica: la ofrenda no solo celebra la permanencia de los vínculos con los ausentes, sino que se convierte en una herramienta de reflexión crítica sobre los fenómenos migratorios, la niñez y los efectos de las políticas fronterizas. Desde la academia, el ritual se resignifica como un espacio de aprendizaje y sensibilidad social, donde la investigación dialoga con la memoria y la cultura popular se transforma en conocimiento vivo.
Este altar buscó generar conversación e incomodidad. Fue un espacio para recordar, pero también para cuestionar. Un intento por transformar la pérdida en reflexión colectiva y la memoria en una forma de resistencia y conciencia compartida.
Como complemento cultural, participaron alumnas de la Universidad Estatal de Sonora con canto y lectura de poemas, así como el grupo de danza folklórica de la Casa de la Cultura, Grupo Jiapsy con dos piezas coreográficas del estado de Veracruz con la guía de la meaestra Rosa Angélica Duarte. Ariadna Núñez Castañedo También las integrantes del grupo de danza contemporánea, multinivel
Nadadoras con una coreografía basada en la novela titulada "Mariposa" del autor Yusra Mardini y con el apoyo de la maestra Carolina Ferrá.
El Instituto Sonorense de la Juventud compartió figuras de alebrijes para la decoración del Altar de Muertos, y la Comisión Nacional de Fomento Educativo apoyó con insumos para esta conmemoración. Las artistas escénicas Zuleima Burruel y Karina Alexandra Corrales se sumaron a la conmemoración maquillando a la comunidad con la tradicional caracterización de catrinas y catrines.