El fabulador


colson

Dr. Víctor S. Peña Mancillas. Profesor-investigador del Centro de Estudios en Gobierno y Asuntos Públicos de El Colegio de Sonora.

Copia textual de la columna Cuadrilátero en Radio Sonora

El editor decide hacer el recorrido físico por los lugares. Quiere verificar. Va tras los pasos de Stephen Glass, su reportero, a quien recién le han publicado un artículo que otros en el gremio señalan como poco creíble. El asunto es importante pues poco le queda a una revista cuando pierde la confianza de sus lectores.

Apresurados, ambos suben las escaleras dentro de un edificio. Llegan al espacio donde Glass, en su artículo, ubicó una reunión masiva de hackers donde se habría pactado un contrato millonario entre representantes de una empresa y un menor de edad.

“¿Cuántas personas dijiste que había aquí?”, le pregunta a su reportero. “Unas cien. Tal vez doscientas. Está en mis notas”, le responde.

Chuck Lane, duda. Es editor del The New Republic y no puede imaginar que esa cantidad de personas quepan ahí, tal y como se afirma en el artículo que han publicado. Se acerca al guardia de seguridad para preguntarle sobre ese evento, un par de domingos atrás. Necesita más elementos, algún indicio de que lo publicado retrate la verdad. “¿Están en el lugar correcto?”, cuestiona el guardia sin esperar respuesta pues afirma: “Este edificio no abre los domingos”.

Técnicos o rudos

El caso de Stephen Glass en The New Republic fue tema para los medios de comunicación estadounidenses a finales de la década de los años noventa del siglo pasado. Significó el resultado de una ejecución laboral poco ética en manos de una personalidad carismática que aprovechó fallas en los mecanismos internos de control. Para Glass, por entonces con poco más de veinte años, percibía como un logro hacer que su nombre saliera entre las páginas de la revista que se promocionaba como lectura obligada dentro del avión presidencial Air Force One. Para ello se inventó varias historias que publicó como verdad.

Shattered Glass (Billi Ray, 2003) recrea ese rápido ascenso y estrepitosa caída.

La traducción directa al español del título original sería algo así como “El cristal roto”. La magia del título en su idioma original está en aprovechar la metáfora de una carrera profesional truncada y el apellido del reportero, Stephen Glass.

Esa magia definitivamente no se logrará en español. De hecho, la película en español tiene al menos tres títulos: “El precio de la verdad”, en España, que coincide con el título de otra película más reciente producida por Netflix sobre otro asunto real; “El fabulador”, en Argentina, coincidente con el título del libro casi-autobiográfico publicado en 2014 bajo el sello editorial Simon & Shuster; y “Verdades sospechosas”, para América Latina, en su versión en doblaje hispanoamericano o de español neutro.

Además de Director, Billi Ray fue guionista. En esto, presenta un trabajo destacado. La película se desarrolla en dos líneas: la principal, sobre el escándalo que de las noticias falsas; la segundaria, frente a una clase a la que el reportero asiste —en su mente— como invitado. Junto con el guion, las actuaciones son de lo mejor. Sobretodo de Hayden Christensen y Peter Sarsgaard quienes llevan con bastante soltura el peso de la película.

El mano a mano

De manera directa, la historia pudiera no comprenderse en la actualidad, tiempos donde la verificación de millones de datos puede estar al alcance de cualquier teclado y el internet. Pero desde un espectro más amplio, se mantiene. Shattered Glass retrata a cualquier persona que está dispuesta a perderse a sí misma para ganarse el mundo, para destacar entre los suyos. Retrata la necesidad de inventarse realidades alternativas.

Habla del valor de la reputación, tal vez incluso por encima de la verdad.

Pero puede también trasladarse a otros ámbitos profesionales y no solo entenderse dentro del periodismo. Cuánto daño algunos hacen al querer sobresalir. Se aprovechan de estructuras fincadas en la buena voluntad o en la confianza, donde hay pocos mecanismos internos de control. Son esos pescadores que aprovechan el río revuelto hasta que lo dejan sin peces.

Glass personifica este tipo de personajes. En lo que vemos en la pantalla y lo que podemos saber sucedió después de aquél episodio.

Después de graduarse en Derecho por la Universidad Georgetown, Glass trabajó en dos juzgados en Washington. Se dice que aplicó en Nueva York y California, para obtener una licencia para litigar, pero no tuvo éxito por “razones éticas”. Desde 2004 forma parte de la firma Carpenter & Zuckerman, donde se le identifica como Steve (y no como Stephen), como Director de Proyectos Especiales y como “Not an attorney”.

En su momento, la película recibió buenas críticas, pero fue un fracaso comercial. Recaudó apenas la mitad de los 6 millones de dólares que costó producirla.

A ras de lona

En esta película, Billy Ray se estrenó como director. Fue también, ya quedó anotado, guionista. Poco más de diez años después de “Verdades sospechosas”, fue director y guionista de la versión estadounidense de “El secreto de sus ojos” que ya aquí, en este mismo espacio, recomendé no ver.

Así la vida. A veces se le atina, a veces se le falla.


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