Erick M. P. Rozo, egresado de la XVIII promoción de maestría en ciencias sociales 2020-2021, de la línea Estudios Históricos de Región y Frontera de El Colegio de Sonora.
Copia textual de El Sol de Hermosillo - El Colegio de Sonora
Tras lo que parecía una interminable campaña electoral, por fin tenemos los resultados de los comicios estadounidenses. Y para la sorpresa de nadie, la victoria fue para el candidato republicano, y criminal convicto, Donald Trump. Lo que sí resultó sorprendente fueron dos cosas: la aplastante derrota, tanto en el colegio electoral como en el voto popular, de la candidata demócrata Kamala Harris, y el papel decisivo que jugaron los votantes latinos en el triunfo del candidato de la extrema derecha.
Con el conteo del voto popular que apunta a un 47% para Harris y un 51% para Trump (actualizado hasta el momento en que se escriben estas palabras), valdría la pena que la dirigencia del partido centrista analice el porqué de su pésima actuación. Son varias y complejas las razones las que llevaron a estos resultados, pero, en definitiva, el giro a la derecha que dio la campaña de Harris en las últimas semanas no sirvió para atraer al electorado indeciso, ni sirvió para asegurar el voto de la izquierda norteamericana. ¿Quién hubiera pensado que continuar con el apoyo a un conflicto impopular en medio oriente, abanderar políticas migratorias maquiavélicas, abandonar a sus bases en la comunidad LGBT+, y presumir que contaban con el respaldo de históricas figuras de la derecha, como Dick Cheney, no fuera la mejor forma de cautivar a su base progresista?
En retrospectiva, uno podría inferir que el haberse acercado a las figuras y políticas de la derecha no fue la mejor estrategia para los demócratas. Quisieron rebasar a la derecha por la derecha y simplemente no lo lograron. El regreso de Trump no vaticina un futuro prometedor para amplios y diversos sectores de la población norteamericana, especialmente las comunidades afrodescendientes, latinas y sexo divergentes. Esperemos que, más allá de las estructuras del Estado, estas comunidades logren afianzar una estrategia de defensa autogestiva que les permita navegar las turbulentas olas que se avecinan.
Pero, en todo caso, ¿qué significa para México una segunda administración trumpista? Obviamente es muy temprano para dar todo por sentado, pero, a partir de lo que se ha vivido los últimos años, podemos hacer algunas predicciones. Y no me refiero a la política externa mexicana. Valdría la pena recordar que, a pesar de la tremenda distancia ideológica entre López Obrador y Trump, estos mantuvieron una relación cordial. Una suerte de pax populista. Quizás el factor que más importe para el futuro de las relaciones bilaterales de los próximos años sea el viraje en las posturas al interior del partido republicano.
No es secreto que al interior de este partido existen posturas antiinmigrantes y antimexicanas. Siempre ha sido así. Pero en los últimos años se ha desarrollado una polarización sin precedente al interior de este, una radicalización hacia posturas de extrema xenofobia. No por nada Vivek Ramaswamy, candidato en las elecciones primarias republicanas del año pasado, se sintió con la libertad de amenazar con una invasión a nuestro país. En septiembre de 2023, éste declaró: “podemos ayudarle a México a recuperar su soberanía de los cárteles de la droga mexicanos que se están extendiendo a nuestra patria; pero, si no lo hacen, entonces entraremos y haremos el trabajo nosotros mismos”.
Y este sentimiento, en la actualidad, no es una excepción sino una nueva regla al interior del partido derechista. Lejos estamos de la política exclusionista pero moderada de los años de Reagan y Bush padre. Sin la figura populista de Lopez Obrador, ¿qué nos asegura que Trump no caiga en la tentación de complacer a su base social bajo el pretexto de defenderse de los carteles de la droga? Esta posibilidad, por más exagerada que parezca, desafortunadamente es una amenaza real.
Pero quizás, como ya se ha aludido, el que López Obrador haya dejado la silla presidencial traerá consigo un cambio profundo en las relaciones entre ambos países. Donald Trump, más allá de lo que su base crea, no es una persona que se rija por ideología, por políticas, se rige por caprichos personales. Y, para bien o para mal, encontró en la figura de AMLO un reflejo. Repito, ambos políticos no podrían ser más diferentes, pero aquí lo que importa es que a Trump no le importaba. ¿A caso encontrará en Sheinbaum una nueva amiga en el continente? A mi parecer, no será así. Claudia trae en la agenda una política, las cuales comienzan a tomar distancia de aquellas de su antecesor.
Hay que prepararnos para una fuerte restricción en las exportaciones, la aplicación de impuestos aduanales, de endurecimiento de las políticas migratorias. Van a ser años tensos con nuestro vecino del norte. Tensión que quizás, de ahora en adelante, sea la regla más que la excepción. Hay que prepararnos para el peor de los escenarios, pero sin perder la calma. No por nada México ha mirado hacia nuevos mercados, como lo sería China. Además, y usando las palabras de un respetado colega, “De seguro la doctora tiene algo listo bajo la manga”.